Donde se tocan psicológicamente la experiencia religiosa de Oriente y Occidente según Jung

[…Una afirmación metafísica de esa índole es la idea del ‘cuerpo diamantino’, del cuerpo-hálito imputrecible, que nace en la Flor de Oro, o en el espacio de la pulgada cuadrada. Este cuerpo es el símbolo de un notable hecho psicológico que, justamente porque es objetivo, aparece primero proyectado en formas proporcionadas por las experiencias de la vida biológica, esto es, como fruto, embrión, niño, cuerpo viviente, etc. Se puede expresar este hecho, de la manera más simple con las palabras: “no vivo yo, me vive”. La ilusión de superioridad de la conciencia, cree: yo vivo. Si esa ilusión se desplomara a causa del reconocimiento de lo inconsciente, lo inconsciente aparece como algo objetivo en el que está engastado el yo. Acaso la actitud frente a lo inconsciente sea análoga al sentimiento del hombre primitivo a quien un hijo garantiza la continuidad vital; un sentimiento muy peculiar que puede hasta adoptar formas grotescas, como en el caso dei viejo negro que, indignado por su hijo indócil, exclamó: “Allí está con mi cuerpo, y ni me obedece”.

Se trata de una modificación del sentimiento interno, similar a la que experimenta un padre a quien le nace un hijo; una modificación que nos es también conocida a través de la confesión del apóstol Pablo: “Pues ahora no vivo, sino Cristo vive en mi”. El simbolo “Cristo” es, como “Hijo del Hombre”, una análoga experiencia psíquica de una esencia espiritual superior en figura humana, que nace invisiblemente en el individuo, un cuerpo neumático que nos servirá de alojamiento futuro, al que se puede poner como un vestido (“que os habéis puesto a Cristo”). Naturalmente, es siempre cosa dudosa expresar en lenguaje conceptual, intelectual, sentimientos sutiles que son por cierto infinitamente importantes para la vida y bienestar del individuo. En cierto sentido es el sentimiento del “ser sustituido”, pero en verdad sin la adición del “ser destituido”. Es como si la conducción de los asuntos de la vida fuera pasada a un lugar central invisible. La metáfora de Nietzsche, “libre en la absoluta necesidad más amorosa” no habria de estar totalmente fuera de lugar aquí. El lenguaje religioso es rico en expresiones plásticas que des- criben ese sentimiento de la libre dependencia, de la calma y de la devoción.

En esta notable experiencia percibo un fenómeno resultante del desligamiento de la conciencia, en virtud del cual el “yo vivo” subjetivo pasa a un objetivo “me vive”. Tal estado es experimentado como más elevado que el anterior, como si en realidad fuera una especie de liberarse de la compulsión e imposible responsabilidad que son la consecuencia inevitable de la ‘participation mystique’. Este sentimiento de liberación, que colmó plenamente a Pablo, es la conciencia de la filiación divina, que redime del hechizo de la sangre. Es también un sentimiento de reconciliación con lo que acontece en general, por cuya razón la mirada del Consumado, en el ‘Hui Ming King’, retorna a la belleza de la naturaleza.

En el símbolo paulino de Cristo se tocan la experiencia religiosa más alta de Occidente y Oriente. Cristo, el héroe cargado de dolores, y la Flor de Oro, que se abre en la sala purpurea de la ciudad de jade: ¡qué oposición, qué diferencia inimaginable, qué abismo histórico! Un problema apropiado para obra maestra de un psicólogo del futuro…]


C. G. Jung/ Richard Wilhelm, “El secreto de la flor de oro”. Ed. Paidós. España, 1996. pp. 67-69

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